MI ELECANTE

Una vez, recorriendo los lugares atractivos del centro de África, en un safari formado por varios vagos que gustaban de aventuras, encontré un animal gigante que me asustó mucho y no lo grande, sino por su forma. Verás, tenía la cabeza de elefante, con una gran trompa que usaba hasta para tomar café, como es mi hábito, que luego se lo pasé a ella. La llamo ella porque su cara de elefante la caracteriza en todo su humanidad. El tronco del cuerpo era una especie de canguro, de ahí su gusto por andar brincando de acá para allá y no la podía tener quieta ni un momento. La parte inferior de su cuerpo era un perro, por eso levantaba las patitas para orinar aquí y allá. La tomé como mascota, pero no había casa en la cual cupiera, así que lo llevé a un lugar adecuado para ella, a lo cual visitaba a diario para compartir un café y escuchar las expresiones de la gente que la visitaba. Miraban asombrados a Helen por su gran tamaño y preguntaban que si dónde había nacido, que si iba a tener hijitos, que si qué comía, etc. Les contestaba que la encontré en la sabana de África que no sabía si podía tener hijos porque no se acercaba a ningún animal del zoológico y que comía cacahuates con carne molida, un guiso que degustaba con feroz ansiedad, como era muy inquieta y andaba brincando de aquí para allá, le daba mucha hambre.
Sólo se ponía en paz cuando yo la visitaba porque como que le daba cierta paz el verme, el acordarse de haber viajado cuidándola en sus necesidades, como el baño, la comida y su comodidad.
En su futuro creo que va a morir de tristeza, porque lo veo en sus ojos cuando tomamos café y me mira tiernamente, a lo mejor, por allá en África dejó una familia e hijos, a los cuales extraña. Espero que dure mucho porque les alegra el corazón a las personas que la visitan sobre todo a los niños, que siempre le llevan cacahuates y los adultos, su carne molida.

Profesora Leticia Acuña de la Escuela Primaria Elisa W. de Beraud, Hermosillo, Son.

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